Dicen que cuando,
en el Reino de la Música, nace una canción,
es celebrada con carvanales y jolgorios.
Sucede muy a menudo,
casi a diario, pero no por eso,
deja de ser un gran suceso mediático.
Nacen canciones del amor,
del júbilo, de la dicha y la felicidad.
Pero al igual que un espejo,
están las que aparecen con el odio, el desamor y la venganza.
Aquellas canciones no celebran, y se marchan sin rumbo,
lejos de las máscaras, serpertinas y trompetas.
Cada nacimineto es una estrella nueva en el cielo, amplio firmamento de astros.
Las hay hermosas, y otras robustas, como las hay pequeñitas y desordenadas.
Incluso algunas no se entienden bien, pero no por eso, dejan de sorprender.
Todas al compás de los siete abuelos. Cuyos nombres son eternos, y basta con una sílaba para invocarlos.
Los festejos duran días, y se van sumando otros.
Y como las canciones no mueren, la fiesta tampoco.
Y aunque hay canciones suavecitas y otras dormilonas,
igualmente encuentran la paz en algún silencio preguntón.
Dicen que cuando nace una canción,
en el Reino del Tiempo, una persona dibuja una sonrisa eterna en otra.
Esa es la verdadera razón de la celebración.
Es por eso que los corazones danzan hacia el infinito
y el silencio hace su gentil espera,
todo esto, cuando nace una canción.
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Al ritmo fino de su toc-toc... |
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